El arte de combinar los sonidos...

La música... la música...la música, diosa imponente, divinidad llena de misterios e inigualable poder. Se abre camino por nuestra audición, llega sutilmente a las galerías de la memoria, en puntas ingresa a los aposentos de las emociones, las despierta, las inquieta.... y las deja salir en libertad.

Hay una frase que siempre da vueltas por mi cabeza, sobre todo cuando una melodía sin saber cómo, me devuelve a la infancia, a la adolescencia, a los primeros besos, a infinitos lugares... especialmente en esos momentos es cuando ésta frase reaparece en mi memoria, dice lo siguiente:

"Una visión de la naturaleza humana, que pasa por alto el poder de las emociones, es lamentablemente miope."

Es increible el hecho de que hasta la mente más racional y planificadora, opera constantemente bajo la influencia de la realidad afectiva.

Daniel Goleman, autor de "La Inteligencia Emocional", nos cuenta que el pensamiento y el sentimiento se hallan inexorablemente unidos, y en consecuencia, albergamos sentimientos sobre todo lo que hacemos, pensamos, imaginamos o recordamos. Afirma además, algo que resulta realmente importante: la emoción está antes de la razón en los procesos del conocimiento.

Creo que a estas alturas es evidente el importante componente afectivo del procesamiento musical, la música es además un poderoso instrumento para evocar emociones, en mi opinión es así porque es por excelencia el lenguaje de la afectividad, de lo que no puede ser expresado con palabras.

La habilidad innata de la mente humana para procesar la música ha sido denominada inteligencia musical.

Ahora bien, oir música no es un acto pasivo, requiere de nuestra participación. Lo mismo ocurre con una obra literaria; no se puede leer y asimilar una obra sin poner atención e involucrarse en sus ideas.
Es posible que la capacidad de la música para enseñarnos cómo procesar los sonidos, provoque una falsa ilusión: creer que sólo con atender el concierto o poner una grabación en casa, estamos apreciando el Arte de la Música, ya que con el simple acto de escuchar, y casi sin darnos cuenta, aprendemos a recordar e identificar melodías.
Pero apreciar una composición implica atención completa, permitir a la música enseñarnos cómo escucharla y sobre todo, cómo participar en ella.

Cada vez que escuchamos una canción, podemos reconocer por ejemplo si es triste o no, y aunque no nos haga sufrir, podemos sentir cómo pasa la tristeza por al lado nuestro.

La música tiene el poder de evocar emociones, pero además podemos decir que tiene su propio estado animico.

Cuando las personas están tristes o alegres, exteriorizan cierto tipo de conducta, si es tristeza, se mueven lentamente, tienden a hablar en tonos apagados, sus movimientos no son violentos o bruscos, ni su entonación estridente y penetrante, el contenido de sus conversaciones es melancólico, negativo.

Pues bien, puede decirse que la música es triste cuando manifiesta estas mismas propiedades, tiende a ser lenta, los intervalos entre los tonos son cortos, los tonos no son estridentes sino apagados y débiles, y las letras de las canciones tienen esa particularidad de que si justo estamos tristes, nos dan ganas de tirarnos de un décimo piso!

En fin, como dije antes tiene su propio estado anímico, y lo contagia... a quién no le han dicho alguna vez: "si estás trite poné música alegre, te levantará el ánimo."

No podemos decir con exactitud cuándo fue la primera vez que escuchamos música, desde nuestra gestación estuvo presente, mientras nos formábamos nos arrullaba el latido suave del corazón de mamá, ya afuera las dulces canciones de cuna nos abrían paso al mundo de los sueños. Algunos todavía podemos recordar sin demasiado esfuerzo las primeras canciones infantiles que nos enseñaron... y quién de grande, no las escucha alguna vez con un poco de emoción.

En fin... es magia, que nos lleva, nos trae, nos eleva... nos invade.

Qué sería de nosotros sin ella, hasta el silencio sería ruido para el alma si la música no existiera.

¡Gracias música por existiiir!